UNO no tiene vocación de gruñón. Es más, casi nunca le hace ascos a una buena fiesta. Por resumir: me gusta celebrar hasta las navidades. Detesto a los grinch y espantagustos de todo tipo. Pero hoy sí voy a hacer de aguafiestas, literalmente: afear algunas de las cosas que suceden o se viven en Aste Nagusia. Diría que con ánimo constructivo y para mejorar unas fiestas extraordinarias que necesitan una repensada y que debieran ser para todos y todas, pero sería exagerar. No solo –que también– las agresiones sexistas, racistas o de cualquier tipo y los numerosos hurtos que se producen. Eso ya es delito, palabras mayores en cualquier circunstancia. Pero es insoportable ya el incivismo, por ejemplo. Parece un fenómeno creciente. ¿Han visto las imágenes de quienes se lanzaban a la ría, pese a que estaba todo vallado para que fuera imposible? Los meados de unos y otras y, en general, la suciedad, aunque luego es verdad que se limpia bien todo, con cargo a los presupuestos de todos, incluso de los que orinan en su sitio. El culto al alcohol y delirium tremens. casi infantiles. La sostenibilidad está muy bien como desiderátum, pero es irreal. El ruido, a menudo insoportable. Los fuegos artificiales, atronadores que molestan y asustan a niños, mayores y animales –no solo mascotas–. La manipulación ideológica. Los atracos de algunos hosteleros aprobetxategis. El pijoterío de algunas zonas. En fin, aguafiestas no sé, pero igual soy ya un viejo cascarrabias. Con la música a otra parte.