AQUEL artillero fino y elegante que descerrajaba porterías ha suscitado una sonada polémica en la que algunos han preferido señalar a su figura tratando de tapar el sol con un dedo. La dura crítica que Gary Lineker hizo en su cuenta personal de Twitter a la política migratoria de Rishi Sunak, y que ha hecho tambalear a la BBC, que primero decidió retirarle de su puesto como reputado comentarista para luego, forzada por los acontecimientos, readmitirle, nos regala debates bastante más cualitativos. Para empezar, el uso de las redes sociales por parte de los profesionales de la comunicación, en tanto que los límites entre las funciones de las empresas y las vidas personales de sus empleados parecen cada vez más difusos. ¿Acaso no pueden estos, en su ámbito privado, emitir opiniones que disientan de los intereses de quien les paga? ¿La libertad de expresión se facilita solo si coincide con la que propaga su corporación o institución para la que trabaja? Si alguien piensa además que la BBC, refugio de pericia y autonomía, sale tocada del entuerto, todo lo contrario. En un sistema donde la mayoría de medios, públicos y privados, se hallan bajo el control e influencia de sus gobernantes, la emisora británica realizó especiales donde flagelarse por su proceder; y fue magistral ver a sus periodistas esperar a su director a la salida de un acto para meterle incisivamente la alcachofa y a este responder con naturalidad. Siempre nos quedará la BBC. l

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