ESTOS niños nuestros se ahogan en un vaso de coca-cola sin cafeína. La otra tarde me llamó la innombrable al trabajo, presa de los nervios, como si hubiese descubierto un globo espía chino sobrevolando sus diarios. Pero no. Solo se había ido la luz. El crío había pegado un balonazo fortuito a la lámpara de la sala. Mira que podía haberle atizado a los muñequitos de la tarta nupcial, que inexplicablemente perduran, como algunos líderes mundiales, sobre una balda. O haber hecho añicos ese objeto no volador identificado que todos conservamos porque nos lo han regalado y nos da no sé qué tirarlo, aunque lo estamos deseando. Pues no hubo suerte. Ni dejándole jugar al fútbol. Pleno al quince en todas las tulipas. Y la innombrable al teléfono. Ve al cuadro eléctrico. ¿Qué es eso? A las llaves de la luz. ¿Qué llaves? A la cosa esa que hay al lado de la puerta. Ah, pues dilo. Sube los diferenciales. ¿Qué es eso? Y así docena y media de whatsapps, fotos incluidas, unas cuantas llamadas y cada vez más nervios. Llámale a aita. Pausa dramática de minuto y medio. Ama, he hecho lo que me ha dicho aita y creo que me he cargado el interruptor. ¿Qué interruptor? Y vuelta a los whatsapps. Me río por no llorar. Ama, no te rías, que no funciona la tele y estamos a oscuras. Esto es como un apocalipsis zombi. Compro unos nuggets de pollo y llego a casa. Que sepáis que hay niños en Ucrania que están sin luz todos los días.

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