TIENE razón Antonio Garamendi. Pedro Sánchez estuvo desafortunado cuando tachó de “festín salarial” la subida del 9% de los emolumentos del presidente de la CEOE. Parafraseando al líder socialista, se quedó corto. Anduvo más atinado el mandamás de la patronal de Pontevedra, Jorge Cebreiros, al calificar al jefazo de los empresarios españoles de “insensible”. Pero hete aquí que se nos ha vuelto ofendidito, actitud de moda, el mismo tipo que desprecia la subida del salario mínimo y que, por supuesto, se opone a que en las nóminas de los currelas –que cotizan en beneficio suyo– luzca una subida equivalente al alza del coste de la vida. Seguramente porque la suya nada en la abundancia. Su contrato de alto directivo retribuido con un sueldo cercano a los 400.000 euros brutos al año –el doble que su homólogo estadounidense, quien dice estar sobradamente satisfecho– es fruto de “la realidad” y generado “con transparencia” –¡solo faltaba!–, “sea mucho o poco”. Hasta ahí le da la reflexión acusando al común de los mortales que le replican de tirar de “titular radical diario” falto de educación. A vueltas con el socialcomunismo. ¡Qué mayor grosería que su banquete mensual de 33.000 euros en un país donde se multiplican los bancos de alimentos y las instituciones tiran de ingeniería para abonar el transporte que nos lleva a las empresas que él dice representar. Ni ética, ni estética. Todo un ejercicio de aporofobia. De rechazo al pobre.

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