AYER fue el Día de la Marmota, si es que alguno no lo es. Curro, hijos, casa o viceversa, en su versión laborable. Deporte escolar, compras, potes, partido, serie, en la de fin de semana. Y en esas estaba, centrifugada en la rueda de hámster. Con la purrusalda al fuego y apuntándome a la cabeza con el secador, pensando en cómo resumir aún más la frase que, camino del trabajo, le mandaría en un audio a la innombrable. Como a todo adolescente, le falla la cobertura entre el pabellón auditivo y el cerebro cuando detecta una orden materna, así que hay que entuitecer el mensaje, buscar un distorsionador de voz en internet y pronunciarlo a velocidad Pasapalabra, sin parar ni un nanosegundo para respirar. Tipo estudiahazlacamadejaelmóvil con tonalidad Putin. Para la amenaza de toda la vida –ahora se le llama consecuencia– ya habrá desconectado, así que ni se molesten. A lo sumo, prueben al día siguiente con un ysinoquitoelwifi. Recorrido el tramo doméstico, la rueda de roedor siguió girando en el terreno informativo. Una tiktoker abofeteada por su pareja en directo niega ser maltratada, pese a confesar que le ha dado “dos palizas”. Simona, ve hacia la luz. Liberado un preso al que, por la ley del solo sí es sí, le ha salido a tres años y medio violar a su sobrina. Montero, ve hacia la luz. Y Phil, la marmota, que predice seis semanas más de invierno para ver si los humanos le dejan de tocar los pelendengues y se ocupan de lo importante. Phil, vuelve a la oscuridad.

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