EN el estadio Romano de Mérida no había jeques, petrodólares ni millones de ojos pendientes como, una semana antes, en el Internacional Rey Fahd de Riad. Se reviste de unas estrechas escaleras y un intrincado acceso al palco que sirven de excusa a la RFEF para justificar que las jugadoras del Barça se vieran obligadas a autocolgarse la medalla que les coronaba en la Supercopa. Como sus compañeros de club pero, ellas, ultrajadas por un ente regido por el descarado Luis Rubiales. El agravio evidencia que el fútbol español está en manos de personajes sin escrúpulos, grupúsculo al que no escapa la LFP y el ínclito Javier Tebas. No estaría de más que el ministro de Cultura y Deportes, Miquel Iceta, o el presidente del CSD, José Manuel Franco, salieran al paso para denunciar que este procedimiento no encaja en la “Ley para un nuevo tiempo que fomenta el derecho a la igualdad, la inclusión, la modernización y el buen gobierno”. El despropósito no solo responde a la incapacidad. También a la provocación a las 15 profesionales que hace tres meses se amotinaron y renunciaron a competir con la selección de Jorge Vilda, allí presente y que pudo escurrirse de aparecer en la instantánea de las campeonas. Si algo hace Rubiales es no dar puntada sin hilo, más si debe devolver tantos favores. Otro, echarlas ipso facto de la Copa por una alineación indebida de la que la Federación podía haber advertido. Ya tiene el camino hecho para ungir al Real Madrid.

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