Hace unos días escuché cómo un hombre amenazaba a una mujer en plena calle: “Te vas a enterar cuando lleguemos a casa, la que te va a caer”. Y a partir de ahí, todo tipo de improperios. Yo iba unos metros por delante y la bola de intimidación no paraba de crecer. Me giré para localizar al agresor, hacer contacto visual e intentar que bajara el tono. Y lo hizo. Pero unos metros después empezó de nuevo el soniquete. Ella respondía sin que yo pudiera oír lo que decía. Así que cuando vi una patrulla de la Ertzaintza no dudé en acercarme y trasladar lo que en mi opinión era el prólogo de una paliza en el mejor de los casos o de un crimen en el peor. Los agentes, tensos tras la advertencia, se desinflaron cuando vieron a la pareja en cuestión. Conocían sus nombres. “Ahora nos acercamos a su casa. Siempre están igual, se dicen de todo, pero se les va la fuerza por la boca a los dos”, indicó uno de los ertzainas. La cosa, una vez más, no llegó a mayores porque no ha trascendido ninguna actuación al respecto. Pero estuve días dándole vueltas al asunto. ¿Por qué siguen juntos? Alguien me comentó que hay personas que dependen de otras como si fuera una droga. No les une el cariño, pero sí cierto grado de subordinación. Sin embargo, días después escuché a una madre amenazar a su hijo de no más de ocho años en términos similares por trasladarle sus “problemas con la andereño”. Y sumando una cosa y otra creo que hay gente tóxica, sin más, que contamina a quien está cerca.
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