¡Qué sobresalto! ¡Qué angustia! La vida da brincos de susto a muerte disfrazada con caretas de horror en un jaloguin continuo. Con las bolsas de los chuches de la sociedad de consumo en el plácido salón, tememos que cualquier disfraz de desgracia llame a la puerta; todo da miedo. ¡Alerta naranja por lluvia! Y, sí, llueve. Mucho incluso. ¡Riesgo de inundaciones! Y, sí, las hay. Donde siempre. ¡Alerta por viento! ¡Por nieve! Y sí, el viento sopla y cae la nieve. Es invierno. Así que nos encerramos con nuestros canguelos y horrores. Pero hasta la casa, el hogar, está en peligro: ¡Cuidado, que suben los tipos y se disparan las hipotecas! ¡Ojo, que la ralentización anuncia recesión! ¡Atención, que se nos acaba el gas! ¡Y la electricidad! ¡La guerra! ¡Es la guerra! Antes fue la Yihad. ¿Y si Putin aprieta el botón? El pánico es un producto más de rebajas y cala en los subconscientes. ¡Se deshiela el ártico! ¡Lleva tres semanas sin llover! ¡Sequía! Sí, la hay, el clima se calienta a marchas forzadas. ¡La contaminación se dispara! Y la COP-nosécuantos acordará algo para 2050. !Alarma, ómicron! ¡Y kraken! ¡Atención a la bronquiolitis! ¡La gripe, que viene la gripe! Hasta los partidos de fútbol son de alto riesgo. Y, sin embargo, en esta normalidad de alarma, en la alarmidad perpetua, lo que al parecer no espanta a nadie es que en España el número de banqueros (221) que ganan más de un millón de euros crezca en un año un 73%. Es pavoroso.