Somos un planeta tan emocionante que organizamos Mundiales de fútbol en países con déficit de derechos humanos y cumbres del clima en lugares en el top ten de la producción mundial de petróleo como serán los Emiratos Árabes, que acogerán ufanos la COP28. Debe responder a que a los mandatarios les gusta meterse hasta la cocina en lugares que no son ejemplo de nada para ponerse luego a tomar decisiones por un mundo sostenible, hipócritamente razonable, lo mismo en derechos que en gases contaminantes. De la olvidada ya cumbre de Sharm el-Sheikh, lo más destacable fue ese paseo turístico de los dirigentes por uno de los spas más lujosos del mundo para acordar pagar a escote los estragos en lugar de atajar el problema. Las cumbres del clima, con toda su pompa e importancia histórica, ya son ese trámite global e informativo, como un día de la Constitución o el 1M, donde cada año nos felicitamos porque, a falta de avances, no hay pasos atrás. Pero ¿quién, salvo los activistas del We are watching you fiscalizó una de las citas claves para el futuro con freno a la emisión de gases? ¿Alguien, salvo algún experto, se ha enterado de los acuerdos y que la próxima cita será en un lugar donde se pretenderá combatir lo que extrañamente enriquece al anfitrión? El planeta está cocido pero, con toda la fatiga climática, silbamos a la vía ante el blanqueo que solo ofrecen los grandes negocios. Y nos deja a cero grados: ni frío ni calor.