SI hay un deporte rey en la derecha es irse de cacería. Ya lo demostró el difunto Fraga mientras el Prestige embadurnaba Galicia de chapapote y qué decir del emérito, experto en abatir cabras, elefantes y osos borrachos. La esfera periodística no se queda rezagada en busca de preciados trofeos que toman por débiles, habitualmente de rango femenino. Irene Montero, que tiene en su debe la escasez de autocrítica, no ha sido la primera presa ministerial de un departamento que el rancio conservadurismo abomina, el de Igualdad. Que le pregunten a una de sus antiguas miembras, Bibiana Aído, cuyo desatino con el vocablo le supuso un linchamiento hasta erigirla en muñeca del pimpampum. “¡Que ladren!”, replicó ante los furibundos ataques de los señoros. “El machismo sabe que le queda poco tiempo, por eso ladra con más rabia que nunca”, explicitó la entonces ministra de Zapatero. Porque sí: lo mismo que hay jueces franquistas, los hay machistas; y alguno habrá hasta de izquierdas. La inquietud de quienes han desatado la caja de los truenos no reside en los efectos cortoplacistas de la desafinada ley del solo sí es sí, sino en su vía hacia la libertad plena de las mujeres. Las cacerías tampoco distinguen colores. Basta con ver la del marido de Montero contra su sucesora Díaz. Y verán la que le aguarda a Luis Enrique, con esos plumillas de púlpito que afloran como esporas, como naufrague en Catar, donde el orgullo y la igualdad son huérfanas aspiraciones. l

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