TIENE la estadística mensual del IPC un punto sádico cuando, como es el caso actual, anda desbocada. Básicamente viene a confirmar lo que todas las familias han notado ya las últimas semanas en el súper y la gasolinera. A dar en definitiva un mazazo psicológico a quienes ya se han dejado buena parte de sus recursos comprando en muchos casos bienes de primera necesidad. Y elevando el tiro, apuntando a las empresas, los costes de producción se sitúan en modo tocando las nubes. La preocupación está en la calle y la semana pasada un trabajador que tenía intención de tomarse un respiro laboral para estudiar otra carrera y cambiar de actividad me confesó que al final no lo iba a poder hacer. Sostiene, con razón, que con la inflación por encima del 10% no es posible vivir de ahorros. Mientras que un directivo de empresa me trasladó una sospecha: algunos proveedores juegan sucio y cancelan envíos de materias primas con la excusa de que escasean, cuando en realidad los han vendido a otro cliente que paga más. También se habla en la calle de que hay comercios y establecimientos de hostelería que están inflando sus precios muy por encima del umbral de rentabilidad. Y, además, de las suspicacias tenemos la certeza de que la invasión de Ucrania y su impacto en los coste de la energía va a seguir alimentando los próximos meses la maquinaria de la inflación. Todo ello se conjura para garantizar un otoño caliente por las peticiones salariales de los sindicatos. Esta vez no llueve a gusto de nadie.