I el de la Champions, ni el Altza Gaztiak . Sea en Año Nuevo o en el chiringuito playero, no hay himno que a uno le suba más la adrenalina que el Te Deum (A ti, Dios) de Marc-Antoine Charpentier, con tres siglos de vida. A ver cuánto tardan los analistas rancios -y más previsibles que la neurona con que se fabrican los eslóganes de la pandillera Ayuso, que así quiere la presidenta a los suyos, muy "callejeros"-, en verter su bilis contra el evento al que esa melodía sirve de cabecera, apoyándose en el falaz argumento de que Eurovisión es aquella cosa con que entretenía el franquismo en blanco y negro. Como si las finales de la Copa del rey no hubieran sido manoseadas por el abuelo de Putin. Desde septiembre, en el que Bélgica desveló a su representante, hasta marzo, cuando cerró la lista Rosa de Armenia; el festival, cuya temporada pervive ya todo el año, insufla emociones y dramas a un tsunami de seguidores y no solo a los 200 millones postrados ante su televisor entre los próximos 10 y 14 de mayo. A ver cuándo salen los eruditos en fustigarnos con las preguntas de rigor: que si por qué participa Australia -busque UER en la Wiki-; que qué pintan Israel y Azerbaiyán; que si el reparto de puntos no cuadra... Hágannos un favor: dediquen la semana a completar todas las variedades del Wordle y libérennos de su ignorancia. Y les prevengo: sí, RTVE puede llevarse 53 años después el micrófono de cristal al son del pachangueroSlo Mo. Y si buscan invertir, en la sueca Cornelia.

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