AS periodistas lloran. Unas pocas para afuera, a micrófono abierto y en directo, y otras muchas, para adentro. La invasión de Ucrania nos tiene con el corazón encogido. A algunos, por el miedo a que les extinga un dinosaurio a bombazos, a falta de meteoritos. Al resto, porque esos niños que se esconden de la guerra bajo tierra o huyen de la mano de sus madres podrían ser sus hijos. Varias profesionales de la televisión no han podido contener las lágrimas esta semana. La corresponsal de Telecinco Sol Macaluso se rompió mientras relataba, desde Ucrania, cómo su guía le había pedido que se llevara a su hija para ponerla a salvo. Tampoco Diana Mata, de La Sexta, pudo evitar emocionarse cuando informaba, desde plató, sobre unos niños refugiados en el metro que bailaban con unos animadores. "Perdón", se disculpó, al no poder continuar. "No te preocupes, la emoción es un sentimiento lógico y te hace más grande como periodista", salió al rescate el director del programa. Cuando creí ya cubierto el cupo de reporteras con la sensibilidad a flor de piel, María Casado se derrumbó preocupada por la audiencia de su programa. "Los números no son el alma de la vida", la consoló Pedro Ruiz. Y todo esto mientras Putin mata noticias a cañonazos. Ya no hay pandemia, ni crisis del PP y las últimas muertas por violencia machista, a las puertas del 8-M, pasarán desapercibidas. Yo entiendo a esas periodistas aunque llore para adentro, sobre mojado.

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