E llama Luna. Y ha sido estos días un rayo de luz en la crisis protagonizada por miles de migrantes marroquíes que cruzaron como pudieron la frontera con Ceuta en busca de un hipotético mundo mejor. Se llama Luna. Y su abrazo de consuelo al subsahariano, que creyó que en la aventura de un imposible iba a perder al amigo con el que había corrido mil penurias para llegar a Europa, se ha convertido en referencia para bien y para mal. Para alabarla por su gesto y para denostarla por lo mismo. Se llama Luna. Y las redes sociales, esas barras de bar que la pandemia y el aislamiento han convertido en foros donde se puede opinar sin límite ni bozal, han proferido todo tipo de insultos -"idiota" el más fino- y han sacado a la luz toda la xenofobia que España dice no atesorar. "Si un español abraza así a una enfermera estaría en la cárcel", llegó a escribir algún fascista -sin neo, porque es de los de toda la vida-, sin escrúpulos ni caridad cristiana, esa doctrina que los ultraderechistas dicen defender cuando se trata de otras cuestiones morales. Se llama Luna. Y su valentía sirve para mantener la esperanza en una sociedad crispada por unos políticos a los que nadie pedirá nunca responsabilidades por sembrar tempestades. Se llama Luna. Y no cobra por su trabajo porque es voluntaria en la Cruz Roja, organización en la que ofrece toda su generosidad sin mirar el color de la piel del socorrido. Se llama Luna. Y todos deberíamos tomar ejemplo de ella.

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