ON todos los motivos de preocupación que planean: el coronavirus, la guerra del Vietnam que intenta desatar Donald Trump por su derrota electoral y la revolución económica-digital que trae bajo el brazo el inexorable y apabullante futuro, sonroja que un domingo sin fútbol genere desazón. Por eso el pan y el circo ha sido durante siglos la mejor anestesia colectiva. Ocurre, sin embargo, que el mundo no se ha parado porque el Athletic no haya sazonado este pasado fin de semana con su cita semanal. La economía es un rodillo que nunca se detiene, avanza triturando todos los obstáculos y, como ocurre con la planta más humilde, siempre encuentra una manera de florecer. Así que, cuando uno está enrabietado porque no encuentra una terraza donde tomarse un café dominical, hay un empresario en algún lugar de la ciudad esperando que alguien consuma. Pintan bastos para todos. Algunos van a notar el vacío más que otros, pero, sin entrar en casos concretos, afrontamos un reto colectivo que lleva a un escenario diferente y, casi con toda seguridad, mejor. Un horiozonte de pico y pala en el que hay que sudar. Así que un domingo sin partido del Athletic es, por concepto, más reflexivo, sobre todo en las circunstancias actuales. Los guardianes de la pandemia están condenados a extinguirse y, cuando bajen el telón, el resto del personal tendrá que seguir buscando un horizonte y despejar las nubes que impiden mirar hacia el futuro.