STÁ turbio el horizonte, otra vez, a causa del covid y vuelve a sonar la sirena de alarma. Se podría decir que estaba cantado, bastaba con echar un vistazo al jolgorio de algunos bares para ver donde terminaba el camino. Sin ir más lejos, el pasado sábado en Miribilla, que no tenía nada que envidiar a un sábado cualquiera de hace un año. Se diría que el personal estaba exprimiendo los márgenes de la situación anterior para compensar las restricciones de la nueva etapa que arranca hoy. Y se oye la queja infinita de los hosteleros diciendo que ellos no tienen la culpa y que a ver cómo va a ir el personal a cenar a las 20.00 horas. La culpa, obviamente, es del capítulo uno del negocio, los clientes, y con más exactitud de los que no se han dado cuenta todavía de que el estado de alarma no depende de una declaración institucional, sino del riesgo de contagio, y una parte del personal no ha entendido todavía que el horno no está para muchos bollos. Y que si llegado el caso hay que comérselos a las ocho de la tarde, porque hay mucha necesidad de darse un garbeo y no hay un momento mejor, habrá que hacerlo entonces. ¿Cuándo va a acabar esto? Está claro que el día en el que se alcance una solución médica, pero mientras tanto está en nuestra mano tener el mejor escenario de libertad posible. Sabiendo, eso sí, que mientras no se resuelva la crisis sanitaria habrá que salir poco y volver temprano a casa.