URANTE aquella brutal y al mismo tiempo enternecedora transición, no había espacio ni tiempo para la corrección política. Por eso, en alegre biribilketa festiva -y algunos pensaban (pensábamos) reivindicativa-, lo mismo tirábamos jerséis al aire al son de voló, voló, Carrero voló, que se llamaba "idiota" al gobernador civil -probablemente lo era- o que se terminaba de cantar el "son, son, son de caballé" con un subversivo "Martín Villa es un cabró-ó-ó-ó-ón". Porque sí, porque rimaba. Y porque, quizá, el susodicho era o se comportaba como tal. Entonces, el tribunal del pueblo condenó al ministro de casi todos los males. Pero ahora -¡más de cuarenta años después!- hay que demostrarlo. Su imputación por parte de la jueza argentina María Servini por algunos de los crímenes que cometieron elementos de las fuerzas de seguridad del Estado y ultras que se denominaban "incontrolados" -porque nadie les controlaba y sus jefes, de abajo al de más arriba, como Martín Villa, miraban para otro lado- durante esa inmaculada transición es una pequeña victoria que no acabará no ya en condena sino en procesamiento. Hay que destacar que la defensa del susodicho, con la inestimable ayuda de cuatro expresidentes del Gobierno español, se basa en tres elementos: que él fue valedor de la transición, que esta etapa supuso la "reconciliación entre los españoles" y que era "imposible que hubiese genocidio". Son, son, son de caballé... Martín Villa es un santó-ó-ó-ó-ón.