EBE ser como una especie de castigo divino. Todo empezó con Javier Ortega Smith, el dirigente de Vox que presumía que sus "anticuerpos españoles" derrotarían a los "malditos virus chinos". Debe ser que esos "anticuerpos españoles" son de baja calidad porque hasta por dos veces acabó en el hospital. Esos mismos fueron luego a por Boris Johnson. El premier británico apostó por la inmunidad de rebaño y terminó en la UCI de un hospital de Londres y gracias a médicos y enfermeros, la mayoría de ellos comunitarios a los que él quiere echar del Reino Unido, logró salir adelante, no sin antes ver de cerca la muerte. Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, negó fervientemente que el covid-19 fuera peligroso. "Es solo una pequeña gripe", repitió como un mantra una y otra vez mientras se daba baños de multitudes. Evidentemente, tantos apretones de mano terminaron con un positivo en coronavirus. Eso sí, él mismo anunció el positivo y para celebrarlo se quitó la mascarilla para ver si esos periodistas a los que tanto odia también acaban infectados. Y lo hizo no sin antes hacer propaganda de la hidroxicloroquina, el polémico medicamento cuyo uso fue desaconsejado por la Organización Mundial de la Salud, pero que tanto popularizó Donald Trump, el mismo que dijo que nunca se pondría una mascarilla y que ya empieza a recular. ¿Pero acaso no era solo un "resfriadito" sin importancia?