O soy nada dada al besuqueo gratuito, al choca esos cinco, ni al acercamiento forzado. Pero debo admitir que ahora echo de menos algo de contacto físico. No son tiempos para la efusividad porque para darle la mano al futuro es necesario que nosotros no nos demos las nuestras. Afuera los saludos cariñosos, los besos, los abrazos y los apretones de manos. Además ni siquiera nos vemos sonreír (algo que me cuesta sensiblemente menos) porque la mascarilla nos tapa la boca. Así que a partir de ahora hay que fijarse si tu interlocutor eleva y engrosa la parte superior de las mejillas, si tiene arruguitas en las comisuras de los ojos y las completa con un doble párpado inferior, ¡buah qué difícil! porque esos son también indicadores de una verdadera sonrisa. Ya sabíamos que cada uno de nosotros somos un festival andante de gérmenes, que convivimos en nuestro cuerpo con millones de bacterias, que la huella de microorganismos que vamos dejando a nuestro paso es infinitamente alargada, pero ahora este p... bicho nos ha noqueado por completo. Así que plenamente conscientes de lo que no podemos hacer, tocarnos, aún no conocemos qué es lo que haremos. ¿Inclinamos la cabeza o levantamos la barbilla? ¿Chocamos los codos, los antebrazos o los pies? Falta un protocolo definido en función del grado de confianza. Porque yo no me veo chocando el culo con el jefe, la verdad.

clago@deia.eus