COMO en aquel episodio de Black Mirror (Ahora mismo vuelvo) donde una chica incapaz de sobrellevar la muerte en accidente de su novio contrató un sistema software para recrear a su pareja; un documental (I met you) de la televisión surcoreana se ha viralizado para mostrar cómo una madre ve y abraza a su hija años después de que falleciera por una enfermedad rara gracias a unas gafas de realidad virtual con el fin de poder superar el duelo. Asumir un adiós de tal calibre lleva su tiempo y obliga a atravesar varias fases: negación, enfado, comprensión, depresión y aceptación, aprender a vivir con su recuerdo para que al evocarla el dolor se rebele de otra forma. Y es por ello que, aunque la tecnología haya querido aportar su granito de arena fabricando un avatar, los profesionales médicos plantean serias dudas éticas sobre la iniciativa. "Tres años después creo que debería amarla más de lo que la echo de menos", reaccionó la madre tras un proyecto que busca poner "buena cara" a un tema tabú. El vídeo suma ya ocho millones de reproducciones pero no recoge el después: si su mente habrá asumido la pérdida o si por el contrario esta experiencia le ha generado más ansiedad y necesidad de ver nuevamente a su pequeña. De tocarla. Porque para sufrir el quebranto se ha tenido que gozar del contacto, que es la dialéctica de la vida. El dolor, como el amor, tiene sus ritmos y sus tiempos. Y no hay mejor sensación, por muy desoladora, que la real.

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