Cada vez que oigo hablar a Javier Maroto, sea sobre lo que sea, invariablemente me pregunto: "¿Cómo se puede tener tanta cara para pontificar sobre lo divino y lo humano cuando el pecado original que guarda su cargo de senador es una de las mayores vergüenzas de las Cortes españolas?". Y, sin embargo, el portavoz del PP en la Cámara Alta sigue largando, impasible el ademán, como si su sonrojante empadronamiento en un pueblito de Segovia para poder acceder al escaño fuera algo normal. Que las urnas no trunquen tu carrera política. Esta debe ser la máxima del político vitoriano, vecino oficial del municipio de Sotosalbos, cuyo Ayuntamiento tal vez acabe declarándole hijo predilecto por haberlo puesto en el mapa. Ayer Maroto habló, mal, de Torra y habló, mal, de Podemos, y no me paré a leer más allá del titular, porque toda la argumentación que realice este personaje está para mí viciada de origen. Si eres capaz de hacer trampa para conseguir tu escaño, no mereces que nadie te mire a la cara, políticamente hablando. Ya sé que esta historia del empadronamiento es vieja, pero no deja de sorprenderme que la clase política y los medios la hayan digerido tan ricamente y se dé por bueno este fraude legal. Es muy del PP colar por la puerta de atrás a sus miembros más incapaces de sacarse por sí mismos las castañas del fuego: ahí nacen carreras universitarias y políticas que buscan la cúspide. En esas, el tramposo Maroto sigue viviendo del cuento de Sotosalbos.