EUROPA no es solo la mejor canción de Mónica Naranjo, más larga que un día sin pan, siete minutos. Es también el viejo continente que no deja de endosar correctivos a España en todo ámbito. En pocas semanas no solo ha corregido el dislate político-judicial contra el encarcelado Junqueras y el exiliado Puigdemont, devolviéndoles el derecho a ejercer como eurodiputados que los votos les concedieron y los tribunales les hurtaron de manera inquisitorial. Desde el corazón del europeísmo también se ha instado a ilegalizar la Fundación Franco, a reducir los márgenes de déficit y deuda, a poner coto a la temporalidad laboral o a implementar medidas anticorrupción, además de denunciar las restricciones del derecho a reunión, las estrecheces de la independencia de la Justicia, así como a atajar el talante centralista frente a las otras lenguas del Estado, los elevados niveles de abandono escolar o las exacerbadas tasas de contaminación. O lo que es igual, la España que alardeó de adherirse a la UE se ha pasado por el forro durante tres décadas normativas, directrices, sentencias y advertencias hasta el punto de traer de cabeza con sus conductas hasta a la Unión Europea de Radiodifusión. ¡Como para darle puntos en Eurovisión! Ante semejante desafine haría bien el molt honorable inquilino de Waterloo en no poner sus piernas un metro más allá de Perpignan. Quizás el Spexit sea la única forma de autodeterminarse dentro de una Europa Unida.

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