HACE 41 años Mari Puri Herrero creó una dama de vida alegre que se encarna cada año en una sonriente muñeca mofletuda con los brazos en alto. Ajena al fenómeno de las it-girl, las fashion victims, y los likes, no es esbelta ni bien proporcionada. Es una matrona con solo una cosa de moda, las tetas gordas (me consta que la corrección política se la sopla). Porque no necesita figurar en ningún santoral ni subirse a un pedestal para ser la diosa de Aste Nagusia. Y acepta bajo sus piernas al foráneo y al local sin preguntar. Hace cuatro décadas no había #Me toos, ni campañas sobre si el silencio es un sí o un no. La bautizaron con un nombre prosaico, Marijaia, y tampoco pudo elegir la blusa y la falda, horrorosas. Entonces, nadie colgaba imágenes inapropiadas del txupinazo en Instagram, ni trasegaba kalimotxos abducido por el móvil. Sonaba Rafaella Carrá o los Bee Gees, así que tampoco se intuía el reggaeton ni tipos con las neuronas exiliadas como C. Tangana. Vivía rodeada de barbudos pero no eran hipsters porque ni siquiera existía la palabra. Sin embargo, nadie exige que se reinvente, ni que se someta a un lifting de I+D+i. Su esencia sigue siendo la misma y Marijaia asiste imperturbable a los cambios, a las fake news, y a las frikadas como la que anima a no consumir tanta carne porque los pedos de las vacas (que no de las vascas) potencian el cambio climático.

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