MIENTRAS se lame las heridas, Pablo Casado acredita la calidad del converso por interés. Uno ya no sabe si jugó a ultra por el complejo de “derechita cobarde” que le atribuía Santiago Abascal o si realmente es ahora cuando juega a centrista. Matiz: saberlo, igual no lo sé, pero creo que ambas son verdad. Casado carece de la profundidad ideológica que le permita valorar la inconveniencia de un modelo sociopolítico que roce o se empape de la esencia del fascismo. Si la tuviera, no caería en la falta de convicción de pretender disfrazarse ahora de liberal de centro, concepto este que también tiene su chiste y casi suena a oxímoron, como acredita el ejemplo de Albert Rivera, que se reivindica como tal. El fenómeno de orientar los principios de uno en función de la fuerza del viento no es nuevo. Lo definió el impagable Groucho Marx. Casado es un recién llegado a la política aunque lleve toda su vida viviendo de ella. Un producto de marketing del aznarismo. Este PP actúa por imitación y por boca de ganso. Por imitación cuando cree que, al igual que a Rivera se le consiente disfrazarse de socialdemócrata un día, de liberal al siguiente y de nacionalista ultra los fines de semana, por lo que a Casado hay que dejarle vestirse de centrista ahora. Y por boca de ganso porque, cuando reprocha su fracaso a Rajoy, no hablan las marionetas que vemos sino los titiriteros de casa que aún pasan facturas al anterior presidente. Con todo lo suyo, casi le han hecho bueno.