Junts desquicia. Envuelto en sus temores por la nebulosa de un futuro incierto, muy alejado de posiciones del poder que ostentó, sigue sin encontrar la salida al laberinto que le atrapa. Quizá por deméritos propios de su inmovilista discurso, quizá por el devenir sociológico de una Catalunya cada vez más permeable al fervor independentista. Valga todo ello para justificar con denodado esfuerzo sus erráticos posicionamientos recientes, precisamente cuando tiene en su mano el devenir político de un país que no quiere.
Pudiera decirse con la fuerza de los hechos que a la aguerrida pero poco compacta portavoz de Junts se le va la fuerza por la boca. Sirva como disculpa, no obstante, que acata, entusiasmada, órdenes superiores. Con el mismo rictus, Mirian Nogueras llama “hipócrita y cínico” a Sánchez y apenas un día después le salva al Gobierno de coalición del espinoso tema que amenazaba con abrir otra crisis interna de calado en, al tiempo que juega con el PP al gato y al ratón. Podría decirse que no son de fiar. Tampoco les importa desoír a su militancia que les pidió alejarse para siempre del presidente socialista. Tal vez sea todo más sencillo y simplemente les embarga un indisimulado afán de protagonismo como acto reflejo del narcisismo de su caudillo. Que hablen de nosotros, pensarán, aunque sea para mal. Si así fuera, se exponen a encajar la estruendosa tormenta de gruesas descalificaciones que les profirió inmisericorde Gabriel Rufián, su auténtica bestia negra, revestido de una llamativa acidez solo propia de la revancha de un enemigo.
Principalmente, Junts se sabe deseado. Pero en Madrid, no en su casa. Una desquiciante contrariedad para su razón de ser. Por eso sus sacudidas a modo de amenazas rupturistas suenan a agónicos estertores de quien se siente atormentado. Su devenir político sobrevuela sombrío, incluso con Puigdemont en casa una vez que se sustancie esa manida malversación que en Europa no ven y que refuerza la legalidad de la amnistía al procès.
En Waterloo saben que ya no volverán a disfrutar en el Congreso de semejante capacidad intimidatoria. Tampoco correrán mejor suerte con Silvia Orriols pisándoles los talones, mientras Illa se consolida en medio del rompecabezas independentista. Pero siempre les esperará el PP. Para cuando Sánchez convoque elecciones, Puigdemont habrá regresado muy posiblemente. Feijóo, por tanto, no se vería obligado a rasgarse las vestiduras. En Foment, Josep Sánchez-Llibre habrá limado asperezas para el reencuentro de dos derechas liberales. Los herederos del pujolismo económico, en definitiva, recuperarían el aliento, que tanto han anhelado desde la rebelión de octubre de 2017.
Ambiente electoral
Cual animal político, Sánchez ha abierto un nuevo ciclo como ejercicio de distracción envenenada en esta legislatura. Mientras se encadenan vídeos comprometedores sobre los pagos en efectivo en Ferraz, investigaciones de la UCO buscando más pruebas incriminatorias contra Santos Cerdán y todos contienen el aliento sobre la decisión del Supremo sobre el fiscal general, el líder socialista cambia de plano con un golpe de timón. Incita al PP a una nueva batalla ideológica, como ensayo de la campaña electoral que aguarda dentro de unos meses en varias autonomías de reconocida significación. Ahí, donde se mueve como pez en el agua, agitando la polarización, ese santo y seña de su ideario desde que perdió en las urnas del año 23 y que jamás abandonará porque sobre esta división ideológica asienta sus adhesiones.
Vox se lo irá poniendo fácil. Nunca como hasta ahora Abascal ha dispuesto de tanto viento a su favor y se le nota en sus intervenciones, cada vez más centradas en la inmigración y la vivienda. Bien lo sabe Feijóo, que también ayuda lo suyo en este progresivo ascenso de la ultraderecha con esperpentos como el protagonizado por sus rebeldes dirigentes en Valencia. Sin desautorización alguna todavía y ni se espera del patológico mentiroso de Mazón mientras campa su indecencia, la nominación con suspense y por entregas de su candidato a dirigir la Comunitat desnuda el control de situación de Génova ante una crisis sin precedentes desgraciadamente. La proyección de endeblez golpea la autoridad del líder popular, cada día más necesitado de proporcionar una creíble imagen de gobernante con capacidad de respuesta, relegando sin olvidarse de la matraca discusiva de la corrupción que ya no conmueve a los encuestados, quizá porque no se necesitan tan permanentes reiteraciones para formarse una opinión.