Para fango, el culebrón venezolano. Salpicaduras varias, pero en el caso del PP se ha dejado los dos pies en el lodazal. Con resbalones de semejante magnitud, los casos de Begoña y Koldo quedan reducidos a anécdotas tabernarias. Hasta parece una nimiedad el humillante silencio de Zapatero. Solo la impericia que deambula dando golpes de ciego tan reiterados por Génova es capaz de generar ridículos tan sonoros. Mientras González Pons siga pareciendo un bocachancla, Cuca Gamarra desprenda rencor y dardos sin aprenderse previamente la lección y su jefe apenas pestañee tras leer el deshilvanado argumentario de un equipo de asesores de segunda categoría, la oposición y el esperpento caminarán juntos. En un asunto de magnitud premium en el terreno de un dictador, apestado de tramposas aristas, los populares han fiado toda su suerte, aquí y en buena parte del Parlamento Europeo, al manual de la visceralidad, del aullido fácil. Visto el alcance del descosido y la obstinación en el error, no es difícil pronosticar que todavía les queda muy lejos la vuelta al gobierno para mayor gloria de un Sánchez, casualmente, más en el alambre que nunca.

Edmundo González debió prever al PP para que no cayera en la zanja del estrépito. Hubiera bastado una cumplidora migaja de agradecimiento por los vítores recibidos. Algo tan sencillo como haber desentrañado a tiempo su angustiosa pesadilla en la embajada española. Haber aportado un indicio sólido para que, al menos, Feijóo anduviera con pies de plomo antes de desbocarse a modo de corifeo reclamando dimisiones por doquier. El penúltimo capítulo de esta desdichada telenovela desnuda a los populares, más allá incluso de su propio país. Nada peor para la suerte de un ingenuo desafiante que pelearse con trileros curtidos. Con la crisma rota, seguirán empeñados en el recurso del pataleo vociferante. Sánchez contiene la sonrisa.

El PP se hace trampas al solitario. Sigue creyendo que el presidente socialista pondrá pie a tierra más pronto que tarde. Que la legislatura está muerta. Que no saldrá adelante ninguna ley. La disculpa ideal para refugiarse en un patético parlamentarismo de acoso permanente sin proposición alguna que permitiera atisbar la existencia de una alternativa en cuestiones mollares de Estado. Pura inanición más allá de aplaudir a Meloni en un tema que, sin duda, puede avivar de manera exponencial el voto a la (extrema) derecha.

En cada uno de esos desayunos semanales propicios para las alharacas y los titulares rimbombantes, Feijóo asiste encantado al susurro de cuatro empresarios de doble cara, una pléyade de tertulianos ávidos de mantener su cuota y las socorridas encuestas de medios afines. Le dicen convencidos que Puigdemont acabará clavando el puñal mortífero del despechado. Que es cuestión de unos meses, hasta mayo osan calcular sin ruborizarse. Nada más lejos de la realidad: pura candidez. Sánchez aguantará sin Presupuestos porque solo entiende su catón político desde la resistencia en el poder. El lehendakari Pradales conoció ayer esta previsión de La Moncloa de primera mano.

Ya no hay mayorías en el Congreso. Puigdemont no quiere porque sigue sangrando por la herida de Illa president. En el caso de la derecha, habitualmente no les llega la camisa al cuello salvo cuando se encuentran el paradójico abrazo esperpéntico de Junts, que empieza a ver relativizado su efecto sorpresa. La deriva política de este grupo augura escenarios insólitos, con posicionamientos inéditos y basados tristemente en un irrefrenable ánimo revanchista. Por el medio de esta incertidumbre se cuela el día a día del gobierno de izquierdas con peculiares propuestas que no resisten la prueba del algodón. No les importa. Viven de los golpes de efecto, de las disensiones que provoca su acentuada polarización y, por supuesto, de los errores y exabruptos del PP. Los días siguen pasando.

Con un gobierno liberal, la eufemística propuesta de regeneración democrática que han presentado PSOE-Sumar hubiera sido tachada de invasión dictatorial, de aniquilación de libertades. Jamás en una etapa democrática se ha conocido tan aviesa intención de comprometer derechos individuales y empresariales. Al menos queda el reconfortante amparo de que tamaña afrenta nunca alcanzará el refrendo de una quebrada mayoría de progreso y así se evitará un esperpento inquisitorial.