AYER se disputó la final de la Copa de la Reina de baloncesto, en Salamanca, y también la Copa del Rey de balonmano, en Madrid. La reina Letizia estuvo en la ciudad charra entregando el trofeo al equipo ganador, el Perfumerías Avenida, pero en cambio Felipe, su marido, ni asomó por la Caja Mágica para hacer lo propio con el Barcelona, que se impuso con claridad al BM Benidorm, situación ésta que merece un somero análisis.
¿Acudió Letizia y no Felipe para estar en consonancia con la fecha, 8-M, y su carga simbólica?
¿Letizia sí fue pero Felipe no porque alguien tenía que quedarse al cuidado de las infantas y el abuelo, o sea, el rey emérito, no está precisamente para mucha jarana?
¿La pareja real se lo echó a suertes y le tocó a ella?
¿Acaso Felipe, al tratarse de un deporte como el balonmano resulta que le importa un pimiento?
Y aquí viene la madre del cordero, ¿le importará también un pimiento acudir a otra final de Copa, el 18 de abril y como escenario el estadio sevillano de La Cartuja o a esta sí irá porque se trata del fútbol, que como es el deporte rey está en consonancia con su abolengo?
Desde que el pasado jueves se supo que habrá una final inédita entre los dos equipos vascos con más predicamento, e incluso mucho antes, cuando ya se intuía esa fantástica posibilidad, en muchos púlpitos dicho acontecimiento fue tomando una deriva capciosa, burda e impresentable.
El asunto es muy claro: el rey Felipe VI está en su derecho a acudir, o no, como no va al balonmano y a otras muchas disciplinas en las que su regia figura brilla por su ausencia, pero también la ciudadanía tiene derecho a ejercer la libertad de expresión y pronunciarse al respecto como le venga en gana, con una sonora pitada, por ejemplo, porque soportar la desafección a la corona también entra en el sueldo del monarca.
Sin embargo puede que no vaya el rey, pero tampoco el pueblo soberano, y eso sí que merece causa para el debate y la preocupación. Al ritmo que está adquiriendo la crisis provocada por el coronavirus es probable que Felipe se ahorre la bronca imaginada y la afición un dineral, teniendo en cuenta el precio de los alojamientos en Sevilla para esas fechas aprovechando la rumbosa romería vasca.
Son días extraños. Una epidemia recorre con sus miedos este mundo globalizado amenazando con alterar la vida cotidiana de las personas. El Athletic y la Real Sociedad se clasifican para la final de Copa y resulta que semejante evento social se cubre de incertidumbre.
A la espera de acontecimientos, mantengamos la cautela y, a ser posible, la serenidad y el optimismo, imaginando que la peregrinación a una nueva final de Copa esta vez sí merecerá la pena. Enfrente no estará el coloso azulgrana, como en las tres últimas ocasiones, y sí en cambio la Real Sociedad, rival sin duda mucho más asequible para, 36 años después, poder ganar un torneo que levante el ánimo y refirme ese orgullo de pertenencia a un club tan especial.
Son días extraños, sin duda, y cargados de paradojas. Muchos aficionados han opinado sobre el gran partido y en vez de resaltar la alegría de paladear un partido de prestigio muestran una especie de angustia, quizá más evidente en el lado txuri-urdin. Imaginar la derrota ese día provoca vértigo, como si caer ante el Athletic trajera consecuencias para la posteridad. Como un recordatorio recurrente, a ser posible salpicado de socarronería bilbaina, por los siglos de los siglos.
Lo curioso del caso es que mayormente se acepta que la Real, ahora mismo, es superior al Athletic, luego hay motivo de sobra para ser optimistas y disfrutar mientras llega el día de un sueño razonado.
Sé de uno que no encuentra manera de apartar la desazón. ¿Acaso el Athletic no ha llegado hasta la final gracias a golpes de suerte increíbles, como si estuviera predestinado?, argumenta. ¿Y qué me dices de ayer? Un equipo al que meter un gol le cuesta un Potosí y de repente le ¡endosa cuatro! al Valladolid, que para más inri falla las suyas, que fueron un montón. ¡Es el karma!, sentencia.
Una final vasca que desazona y en pleno Apocalipsis now. Definitivamente, son días extraños.