Pasaron un puñado de cosas de mucha sustancia el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados. La más evidente es que Junts puso un gran empeño en confirmar los estereotipos que pintan a la formación puigdemónida como una estructura ombliguista que, siempre siguiendo las ventoleras de su líder carismático, no se conforma con ir a su bola sino que lo hace mostrándose extremadamente antipática. ¿Qué necesidad había de darle una bofetada a Sánchez en la cara de las personas más vulnerables –tanto en España como en Catalunya, ojo–? Solo el residente en Waterloo lo sabrá. Si va de que está irritado con razón porque hay unos jueces atrincherados en sus puñetas que se niegan a aplicarle la ley de amnistía, se equivoca en la diana de sus iras. Nadie ha hecho lo que el presidente del Gobierno español por tratar de devolverle su condición de ciudadano libre.

Y, mirando ya desde el terruño, la otra cuestión digna de comentario de texto de lo que ocurrió en la madrileña Carrera de San Jerónimo fue el fracaso del decreto sobre el demagógico gravamen a las empresas energéticas. En mi moviola particular, veo en bucle una y otra vez las muy ilustrativas risas de sus señorías Aizpurua y Matute cuando la representante del PNV Idoia Sagastizabal les conminaba a revelar en qué parte de la dichosa iniciativa se recoge que las Haciendas vascas van a recaudar un céntimo de euro. Evidentemente, la respuesta es que en ninguna. En la versión amable, EH Bildu quedaba como una pardilla que había firmado en la barra de hielo un compromiso inexistente. En la menos amable y más ajustada a la realidad, nos encontramos con que la coalición soberanista miente a sabiendas cuando difunde la especie sobre el presunto pastizal que dejarán de ingresar las arcas forales por el decreto pifiado. Nos queda como aprendizaje que el fango y los bulos no son exclusivos de la derecha extrema y la extremísima. En el costado (presuntamente) inverso también son maestros. - Javier Vizcaíno