No diré que tengo interés pero sí curiosidad por ver cómo se las ingenia el avezado escapista Pedro Sánchez para eludir la penúltima pelota envenenada que ha dejado en el tejado de Moncloa Carles Puigdemont. El líder de Junts, que permanece expatriado en Bélgica porque hay jueces que con o sin ley de amnistía están locos por trincarlo, ha advertido sin remilgos al presidente del Gobierno español de que la legislatura colapsará si no se somete a una cuestión de confianza en los términos de la iniciativa presentada por su grupo en el Congreso. Abundando en la terminología apocalíptica, ha añadido que la negativa a pasar por el aro posconvergente acarrearía “consecuencias irreversibles”. Es verdad que no es la primera, ni la segunda ni la decimoquinta vez que Junts formula un ultimátum de ese pelo. Lo que dicen los hechos, sin embargo, es que, hasta la fecha, la cuerda, por tensa que pareciera, no se ha roto. Sin ser moco de pavo, el mayor daño infligido al berroqueño encajador se ha saldado con un ramillete de votaciones perdidas en la cámara baja, algunas de ellas, de bastante calado ideológico. Con todo, la sangre, la verdadera sangre, se ha detenido siempre apenas a un centímetro del río.

Esto ha sido así, generalmente, a cambio de concesiones de esas que encabritan al ultramonte mediático. Ocurre que, de un tiempo a esta parte, al no estar Junts en más gobiernos que los de algunos municipios que tampoco son los más importantes de Catalunya, tiene poco sentido exigir cuestiones que no podrán gestionar. O peor aun, que gestionaría –ya es paradoja– el Govern liderado por el socialista Salvador Illa. Y entonces, ¿de qué va el enésimo órdago? Tiene toda la pinta de que es puro fuego de artificio y que únicamente atiende a la necesidad de marcar paquete, si me perdonan la procacidad. Lo que ocurre es que las partes implicadas, la que amenaza y la que es amenazada, tienen bastantes boletos para salir malparados del lance. Continuará, no lo duden.