Desde el aprecio personal que nunca negaré, ayer puse la antena a la comparecencia del secretario general del PSE, Eneko Andueza, esperando cazar algún ejemplar de lo que ya en el oficio hemos dado en llamar anduezadas. Se trata, básicamente, de esas declaraciones pirotécnicas en las que, a lo Escarla O’Hara, el eibartarra pone al dios del unionismo por testigo de que él y su partido serán el dique de contención de los aventurerismos identitarios de su socio en varios gobiernos. Desde luego, la ocasión se prestaba, pues el recién confirmado en su cargo por falta de adversarios presentaba, ahí es nada, la ponencia política que se somete a juicio de la militancia de cara al congreso que comienza el día de San Valentín, muy propio para una formación en la que el amor fluye marcando registros históricos. Y es verdad que hubo dos o tres cagüentales en ese sentido sobre la nada realista tentación de los jeltzales de dejarse llevar al monte por el pérfido soberanismo de izquierdas. Digo “nada realista” porque, tal y como anda el patio en los tres territorios de la demarcación autonómica, ahora mismo resultan más montaraces las posiciones de Sabin Etxea que las de las huestes de Otegi; basta recordar el reciente entrecomillado que nos regaló el presentado como “líder de la oposición en el Parlamento Vasco”, Pello Otxandiano: “Es el momento de avanzar hacia un Estado confederal dentro de la Constitución”. Pues eso, que con tal situación de contexto, provoca hilaridad que se aluda a los cargantes aventurerismos. Claro que el despiporre definitivo de la comparecencia de Andueza llegó con su propuesta de aparcar el debate sobre el derecho a decidir hasta después de alcanzar un acuerdo sobre el nuevo estatuto, estatus, o como quiera nombrarlo cada cual. No sé si no se escuchaba o creía que no le escuchábamos. Estaba pidiendo que en una reunión de escalera para una derrama del ascensor no se hablara sobre el ascensor. Espero que vaya a ser que no.