Cierto, al principio yo también pensé, y así lo dije, que era santa indignación. Y sigo manteniendo que la lluvia de barro, piedras, palos e improperios que cayó el domingo sobre la comitiva de autoridades que visitaba la asolada y desolada Paiporta obedeció, en buena parte, al cabreo y a la impotencia de quienes se sienten abandonados a su infortunio. Sin embargo, cada vez va quedando más claro que, junto a los ilustres vituperados y atacados, en la localidad arrasada se hicieron presentes unos cuantos profesionales de la gresca que fueron a pescar, casi literalmente, en el río de lodo revuelto. ¿De qué bandería? Pues los datos y las propias orgullosas reivindicaciones de los malmetedores apuntan hacia elementos de la ultraderecha más rabiosa, si es que caben gradaciones en materia de carcundia y cerrilidad. Menudo chasco para los aguerridos antifas que, a la vista del mal trago del Borbón, se precipitaron a anunciar la inminente caída de la tiranía a manos del pueblo hastiado: resulta que los presuntos revolucionarios no eran paisanos cargados de razón sino desorejados fachas foráneos practicando el cada vez más en boga turismo de algarada. Si no estuviera tan instalada la costumbre de sostenella y no enmendalla, quizá procedería darle una vuelta a los análisis iniciales del episodio, a ver si va a resultar que la monarquía que aguantó el chaparrón no salió debilitada sino todo lo contrario. Un punto, por cierto, para el gabinete de comunicación de Zarzuela, que en lugar de agarrársela llorona y enfadona como hicieron los spin doctors de Pedro Sánchez, corrieron a quitar hierro a los incidentes y a vender a su señor como un tipo comprensivo que, cuando arrecia el temporal de insultos y hasta de amagos de agresión, planta cara y se pone a charlar con los airados lugareños, les da la razón en sus motivos de queja, les seca las lágrimas y los abraza con emoción. No hay quien pague una campaña de blanqueo de imagen así. –