EN ocasiones, tiene uno la sensación de haber caído por un agujero espacio-temporal para darse de bruces con realidades que ha vivido no una, sino mil veces. ¿Se pueden creer que vuelve a ser noticia que el Gobierno español entregará a Nafarroa la competencia completa de la gestión de Tráfico y seguridad vial? Sin necesidad de remontarnos a la promesa de Aznar a Miguel Sanz en el año 2000, las hemerotecas guardan ni se sabe cuántas repeticiones del mismo titular. En todos los casos, con idéntica coreografía. A un lado, se celebraba el acuerdo como si fuera una conquista arrancada con sangre, sudor y lágrimas, y al otro, se escenificaba el rasgado de vestiduras ritual porque, supuestamente, el traspaso llevaba como caballo de Troya la expulsión de la Guardia Civil de la demarcación foral.

Lo que sistemáticamente ha ido ocurriendo es que todo quedaba en agua de borrajas. Ni cenábamos ni se moría padre. Fiel a la costumbre de Sánchez (consentida por quienes negocian con él, ojo) de vender quince veces la misma moto, el asunto se fue al limbo hasta nueva necesidad de ponerle ojillos a los socios. Y eso fue ayer, cuando EH Bildu volvió a presumir de haber conseguido lo que ya estaba conseguido. La presidenta navarra, la socialista María Chivite, corrió también a proclamar que estábamos ante “un día histórico”. Eso sí, inmediatamente se cuidó de matizar que solo se trataba de un preacuerdo –se lo juro– y que convenía “tratarlo con prudencia después de los múltiples plazos incumplidos”. Incluso en el caso de que esta sea la definitiva, se tardará no menos de cinco años en concretar el acuerdo. Pues vale.