COMPRENDO que tenemos sobredosis de aniversarios, pero este no se nos puede pasar por alto. Hoy, exactamente hoy, hace diez años llegó el principio del fin del trienio más negro que nos ha tocado vivir en la demarcación autonómica desde la restauración de nuestras instituciones. En las elecciones del 21 de octubre de 2012, de nuevo con todas las formaciones en disposición de ser votadas, los ciudadanos de los tres territorios, armados de papeletas, mandaron por el desagüe de la historia el gobierno del PSE apoyado desde la banda por el PP. Un gobierno que solo pudo conformarse gracias a la arbitrariedad ya citada: la exclusión entre las opciones de la que entonces, como hoy, era la segunda fuerza con más respaldo.
Es verdad que el tiempo, si no lo cura todo, acaba por dulcificar los recuerdos, pero creo que, como punto de partida, conviene no olvidar lo que vivimos apenas anteayer. Hablo de una mirada atrás, como dice el clásico, sin ira, pero con espíritu de notario que registre lo que pasó a partir de esa noche en que el PNV recuperó, aunque fuera en minoría, Ajuria Enea. Desde entonces, han ocurrido mil y una vicisitudes que incluyen una pandemia que borró del censo a 8.000 de nuestros conciudadanos y reventó las costuras de nuestro modo de vida, y, por si faltaba algo, las brutales consecuencias económicas de un conflicto bélico –la invasión rusa de Ucrania– que tenemos a apenas cuatro horas de avión. Nada de eso era, no ya previsible, sino siquiera remotamente imaginable cuando echó a andar el primer gobierno del lehendakari Iñigo Urkullu, que pese a los chauchaus de los agoreros, sigue al frente.