CONFIESO que todavía no he terminado la digestión de las siete horas –¡siete!– del pleno de Política general en el Parlamento Vasco que un año más, y ya van no se cuántos, me he echado al coleto. Por eso mismo, estas líneas no pretenden ser ni remotamente un análisis. Son solo un puñado de impresiones a bote pronto después del atracón. La primera, precisamente, tiene que ver con la idoneidad del formato. Ya sé que es el habitual en casi todas las cámaras de representación de nuestro entorno. Es más que probable que no haya una alternativa mejor. Sin embargo, no soy capaz de imaginar a prácticamente ningún ciudadano dedicando su tiempo a un maratón de intervenciones, réplicas y dúplicas que abarcan absolutamente todas las cuestiones de calado. Es decir, que los supuestos destinatarios de la función quedan excluidos. En el mejor de los casos, lo fiarán al resumen que hagamos los medios, que inevitablemente será incompleto y, para qué negarlo, sesgado.

Por lo demás, de lo visto y escuchado ayer, me llevo la sensación de que el cuerpo electoral de los tres territorios está profundamente despistado. Llevamos años y años votando de forma muy notoria una opción política equivocada en las principales instituciones. Tal cual se desprende de las intervenciones de las y los portavoces de grupos que, teniendo una representación netamente menor que las fuerzas que componen el Gobierno, hablaron sin pudor y con una contundencia aplastante en nombre de la mayoría social que, mecachis, les da la espalda en cada cita con las urnas. Y como apunte final, una maldad: con ciertos amigos no se necesitan enemigos.