Cuando hablamos de niños que devoran pantallas, de adolescentes cuyos ojos andan siempre de un lado a otro entre notificaciones, videojuegos y redes sociales, pareciera que todos los rincones se reflejaran en el brillo de esos rectángulos luminosos. Y sin embargo, Eroski nos trae hoy una revelación que suena a bálsamo para el alma: que la juventud vasca parece respirar un poco mejor, pasar menos tiempo ante las pantallas que en otras comunidades.

No digo que los jóvenes vascos estén libres de los males digitales, claro que no. El estudio de la Fundación Eroski revela también que un porcentaje significativo de los escolares come frente a televisores, tablets o móviles —combinando hábitos alimentarios cuestionables con distracciones digitales, como si los dos vectores —de lo físico y de lo virtual— se entrelazaran hasta abrir grietas en la mesa familiar.

Pero en esas cifras hay una luz tenue que invita a pensar: que quizá haya algo en el paisaje, en la cultura, en las costumbres de la CAV que modera el ritmo acelerado de aparatos electrónicos y obliga a una pausa. Por ejemplo, en Eroski se apunta que menos menores vascos ven la televisión mientras comen, menos lo hacen solos, menos usan los dispositivos en momentos en los que el hogar debería ser refugio de conversación.

Qué dichosa contradicción: la modernidad instantánea se impone, pero no lo hace por igual. En Euskadi parece que los relojes digitales no mandaran en todo. Parece que el estilo de vida provoca que no se asfixien –al menos no aún...– bajo el peso de la luz fría de un dispositivo.

Ahora bien: ¿es suficiente esa ventaja para sentarse y cantar victoria? Lejos de eso. Porque los datos de Eroski también advierten: el consumo de comida poco saludable sigue siendo alto en todas partes; la televisión y los dispositivos siguen presentes en la mesa; los padres y madres reconocen que los menores podrían mejorar algunos hábitos. Lo sabido.