Dicen que Bizkaia ha denunciado tres casos de violencia sexual en el deporte escolar, a través de su herramienta Kirola On. Y digo “dicen”, porque esa cifra –pequeña, escuálida frente a lo que intuimos que se oculta...– resuena como un eco apenas audible de lo profundo. Pero incluso un eco puede revelar cavernas donde creíamos que había silencio.

Ya no podemos seguir creyendo que el deporte escolar es un espacio inocente, seguro por definición. Cuando un niño o una niña se coloca la camiseta de su equipo, cuando corre detrás de un balón, cuando sueña simplemente con volar –¿por qué no?– como los héroes que ven en las pantallas, no debería temer que alguien le toque mal, le humille, le mire con deseo.

Kirola On, esa plataforma que nació con buena voluntad y ojo alerta, ha recibido denuncias suficientes para avalar su razón de existir: en su primer año detectó 144 casos relacionados con violencia o situaciones de riesgo, de los cuales solo tres derivaron a procedimientos judiciales.

Los otros ciento cuarenta y uno, quedaron en el ámbito preventivo, en la mediación, en el acompañamiento. Eso nos dice algo crudo: solo cuando la herida se ha hecho sangre alguien alza la voz y el sistema responde.

¿Pero qué hay detrás de ese “solo tres”? Que muchas agresiones no llegan a judicializarse: por miedo, por vergüenza, por falta de pruebas, por silencios impuestos . Que la mayoría de las víctimas son chicas –aunque no solo– y que muchas veces el agresor tiene un rol de poder, es figura de autoridad. No permitamos que un balón sea también arma; que una camiseta engarce silencio con violencia; que una sonrisa un día esconda un llanto no confesado. El deporte es escuela de vida y no hipocresía. Que jamás un menor sienta que, además de perder un partido, ha perdido su inocencia. l