Era un veneno oculto, una materia con dos caras, el bien y el mal, en acción. No en vano, en la historia de la construcción, el amianto se presenta como un protagonista oscuro, un material que, en su momento, fue aclamado por sus propiedades aislantes y su resistencia al fuego. Sin embargo, tras esa fachada de utilidad, se oculta un veneno silencioso que ha dejado una estela de sufrimiento y tragedia. Hoy, mientras seguimos levantando edificios y construyendo sueños, es imperativo que hablemos de los peligros del amianto, un enemigo que no se ve, pero que se siente en cada respiración.

El amianto, ese mineral que alguna vez fue considerado un milagro de la ingeniería, ha demostrado ser un asesino sigiloso. Su inhalación puede provocar enfermedades devastadoras, como el mesotelioma, un cáncer agresivo que ataca la membrana que recubre los pulmones, y la asbestosis, una enfermedad pulmonar crónica que causa un sufrimiento inimaginable. A pesar de su prohibición en muchos países, el amianto sigue presente en miles de edificios, en tuberías, techos y materiales de construcción, como un fantasma que acecha a quienes habitan en ellos.

La tragedia del amianto no es solo una cuestión de salud; es un problema social que nos interpela a todos. Las comunidades que han sido expuestas a este material se enfrentan a un futuro incierto, donde el miedo a la enfermedad se convierte en una sombra constante. Las familias que han perdido a seres queridos a causa de enfermedades relacionadas con el amianto llevan consigo un dolor que no se puede medir. Y, sin embargo, el silencio persiste. La falta de información y el descuido de las autoridades han permitido que este problema continúe, como si el tiempo pudiera borrar las huellas de un pasado tóxico. Hoy se vigilan sus mortíferos pasos y se condena a la horca.