SE conoce, por costumbre, como un documento en el que se contiene una previsión, generalmente anual, de los ingresos y gastos relativos a una determinada actividad económica. El presupuesto constituye, por lo regular, un plan financiero anual. Son los cálculos necesarios para mantener el equilibrio en la barra pero hay que ser consciente de que hablamos del futuro y en el camino a ese lugar invisible siempre puede pasar algo que te desvíe. El presupuesto es, por lo tanto, sinónimo de riesgo por muy buenas que sean las intenciones.

Nos lo explicó con claridad meridiana Ayn Rand, escritora atrevida y amante del laissez-faire, una filosofía política partidaria de limitar la intervención del Estado al mínimo imprescindible. Ayn pasó de moda por sus arrebatos pero dejó alguna que otra idea sobre la que conviene meditar. ¿Quieren una? El dinero es solo una herramienta. Te llevará a donde quieras, pero no te reemplazará como conductor. He ahí un mensaje cuerdo por mucho que lo lance una mujer disparatada: un presupuesto basa sus éxitos y sus descalabros en las manos del chófer, de las personas que han de guiar el dinero por los senderos más adecuados y necesarios.

Todo es teoría, por supuesto. La práctica vendrá después. Con conocimiento una puede ajustar los cálculos, como les decía, pero no se puede juzgar una previsión a futuro. Y, sin embargo, año tras año se repite la escena: un gobierno que presenta sus presupuestos con explicaciones que, a priori, están cargadas de lógica y una oposición los critica con razones que, a priori, tienen algo de sentido común. ¿Es solo un pulso entre dos fuerzas? Sospecho que no. Da la impresión, más bien, que lo que se diferencia es el sendero. Hacia dónde se dirigen unos u otros. Es algo humano en el siglo XXI: uno se gasta la pasta en un restaurante, otro en un viaje y otro en libros.