ALGUNOS filósofos del siglo XIX dieron en el clavo al decir que no se puede ganar una discusión. No se puede, porque si la pierdes, la pierdes, y si usted gana, la pierde. ¿Por qué? Bueno, supongamos que usted triunfa sobre el otro y desarma su argumento lleno de agujeros, y demuestra que no está en sus cabales. Entonces, ¿qué? Usted se sentirá bien. Pero ¿qué pasa con él? Le has hecho sentir inferior. Usted ha despertado su resentimiento. Esa es la ruta confusa por la que discurre el encuentro entre los colegios públicos y los servicios de transporte encargados de llevar a los pequeños a los pies de las aulas. No encuentra el camino o para encontrarse y, mientras tanto, las familias pagan. Justo por pecadores. Sin decantarse por uno u otro lado, pero pagan. La vieja secuela que siempre queda en los más débiles.

En este tipo de desencuentros hay gente diestra como un mosquetero. Entre ellos se encuentran quienes aseguran que discuten muy bien. “Preguntad a alguno de los amigos que me quedan. Puedo ganar una discusión sobre cualquier tema, contra cualquier oponente”, confirman. “La gente lo sabe” insisten, “y me evita en las fiestas. A veces, como signo de gran respeto, ni siquiera me invitan.” ¿Habrá alguien así en la mesa de debate? ¡Quien sabe!

El consejero Jokin Bilbarratz asegura que las empresas de transporte escolar usan al alumnado como rehén para sus objetivos. Las empresas que realizan este servicio están disconformes con las tarifas que Educación ha establecido para este servicio porque “comprometen gravemente la rentabilidad y la viabilidad” del negocio y han optado por lanzar un órdago coincidiendo con el inicio del curso y no acuden a los puntos citados por el ejecutivo vasco. Y ahí está toda la bronca, empantanada, sin que nadie quiera dar su brazo a torcer, con una fea lección para la juventud.