ESTOS sofocones fuera de temporada, con vientos del sur que recuerdan al Caribe, con las tierras secas que desiertan a los páramos más que a las frescas montañas, con tantos días sin llover que traen consigo la hierba seca y la tierra cuarteada, nos dejan con la boca abierta. Los incendios forestales no eran, hasta bien poco, paisajes de estas tierras del norte. Durante años hemos visto hectáreas y hectáreas de tierra quemada, inundaciones casi sobrenaturales, devastaciones en los glaciares, que se derrumban como si fuesen Torres Gemelas en septiembre y otros muchos fenómenos catastróficos que se repiten una y otra vez. Se nos ha llenado la boca con la predicción: los seres humanos de la Tierra han hecho tanto daño al clima que ahora ha decidido cambiar y pasar factura.

“Han hecho”, “seres humanos”, “Tierra”, “factura”. Son todos términos genéricos, fórmulas para dar un diagnóstico global. En el África ardiente o en la California donde azota el sol y retumban las fallas; en Noruega o en Perito Moreno, donde el hielo ha perdido buena parte de sus capacidades; en las humedades de Asia y en un puñado más de rincones insólitos. Nos creíamos testigos y de repente, ¡zas!, nos hemos vuelto protagonistas.

Sacudiéndonos aún las cenizas de Balmaseda y, por extensión, de buena parte de Enkarterri (se dedujo, al final, que la culpa fue del chachachá de aquella rama que cayó sobre un cable de alta tensión: un accidente...), ayer volvimos a vivir otro día de miedo al fuego. Sobre nuestras cabezas sobrevolaron los hidroaviones, por estos lares tenidos como seres mitológicos, y en La Arboleda, Loiu y Berango se encendieron nuevos focos. De nuevo las lenguas de fuego pisándonos los talones. De nuevo estudiando las direcciones del viento por si los hogares estaban en riesgo. De nuevo las sirenas.

Les hago la reflexión, como deducirán, porque la explicación del accidente cae por su propio peso. Lo hubo, claro que sí. Pero Bizkaia ha entrado en esa zona que pensábamos que nos pillaba en los confines. Tierra de riesgo, decimos ahora. Porque cambió el clima, porque nos pilló por sorpresa, porque no esperábamos algo así. Ya es, por tanto, hora de acentuar la vigilancia, de reducir el número de acciones peligrosas, de reducir, ¡ay!, aquella contaminación que no era para tanto. Ya es hora, en suma, de creernos la amenaza. l