AS manifestaciones y disturbios que se vienen extendiendo en las principales ciudades de Estados Unidos, también de otros países, cuando ayer se cumplía una semana de la muerte en Mineapolis de George Floyd al ser arrestado por un mínimo delito no pueden resumirse únicamente en protestas contra la brutalidad policial de tintes racistas que periódicamente sacude a las comunidades afroamericana y latina y a toda la sociedad estadounidense. No cabe duda de que esa actitud prende la mecha. Lo viene haciendo con cada muerte similar desde hace casi tres décadas -Rodney King (Los Angeles, 1992)- y especialmente en esta última -Trayvon Martin (Orlando, 2012); Eric Garner, Michael Brown y Tamir Rice (Nueva York, Ferguson, Cleveland, 2014); Walter Scott y Freddy Gray (North Charleston y Baltimore, 2015); Alton Sterling y Terence Cruchet (Minessotta y Tulsa, 2016)- cuando todos los casos salvo el de Walter Scott se han cerrado sin cargos. Y sí, puede decirse que cada uno de esos dramas forma parte de una violencia generalizada que en Estados Unidos produce 30.000 muertes por arma de fuego cada año, un millar a causa de actuaciones policiales, y condiciona la actuación de los cuerpos de seguridad. Pero también que halla caldo de cultivo en el persistente racismo, creciente bajo la presidencia de Donald Trump, cuya ideología al respecto no se oculta. Que el 30% de esas víctimas de intervenciones policiales y el 29% de los arrestados sean afroamericanos cuando esa comunidad es solo el 14% de la población es algo más que un dato estadístico. Y la ausencia de investigaciones judiciales en casos flagrantes de abusos policiales, una realidad que solo cambia cuando existen grabaciones inequívocas de lo sucedido, como con Floyd o ayer mismo en Atlanta con la también violenta detención de dos jóvenes. Sin embargo, ni siquiera la reiteración de esas evidencias explica del todo la cada vez mayor extensión, incluso fuera de Estados Unidos, prolongación y virulencia de las protestas de sectores cada vez más amplios de la sociedad. Sí lo hace, sin embargo, su combinación con la también cada vez más extendida desigualdad y la impotencia de un cada vez mayor número de personas, que la pandemia de covid-19 -1,79 millones de contagiados y 104.383 víctimas mortales en EE.UU.- han hecho aún más patentes.