Ni con el compromiso firmado por los candidatos de EH Bildu condenados por delitos de sangre de renunciar a sus cargos en caso de ser elegidos se han aplacado las fieras. Era demasiado apetitoso seguir royendo el hueso que les había regalado la coalición independentista y que Covite había descubierto hurgando en sus listas. Es lamentable que esta circunstancia –por cierto, nada inédita– haya monopolizado la atención y, por supuesto, el discurso de campaña electoral de la derecha, como si no hubiera asuntos más importantes y mucho más graves sobre los que debatir. No me merece otro calificativo que el de repugnante constatar el recurso a ETA y al terrorismo al que sigue pegada como una garrapata la derecha política y mediática española. Y no por consideración o respeto a las víctimas, sino por ruin y despreciable aprovechamiento electoral.

Quienes no conozcan la historia de los sucedido en Euskal Herria desde finales de la década de los 50 hasta el 20 de octubre de 2011, quienes no tengan memoria ni vivencias de lo que aquí ocurrió durante todo ese tiempo, opinarán, lógicamente, que cómo los responsables de campaña de EH Bildu han podido cometer semejante torpeza, cómo han podido facilitar al “enemigo” tan apetitosa carnaza. La presencia de eso que la derecha califica de unos cuantos “etarras sanguinarios” en las listas electorales como candidatos a concejales era ponerle el caramelo en la boca al PP para atizar su cruzada contra Sánchez, que es lo que le interesaba. Y en ello está, aprovechando el regalo y vomitando improperios contra el sanchismo contaminado por sus acuerdos con los que sigue denominando terroristas.

La inclusión de antiguos militantes de ETA en las listas de EH Bildu no ha sido un error estratégico, de ninguna manera. Ha sido una decisión absolutamente premeditada y resultante de la decisión de las bases, que son las que presentan a sus candidatos. Así lo han venido haciendo desde que la izquierda abertzale aceptó participar en el juego institucional y resulta habitual históricamente incluir en las listas a candidatos presos o notorios militantes ya retirados o en activo.

Quienes desconocen lo que aquí se ha vivido o mantienen un relato incompleto de la realidad, no comprenden ni comprenderán que una parte importante de la ciudadanía vasca, que se corresponde con la izquierda abertzale, haya considerado y siga manteniendo que ETA no fue una banda terrorista sino un movimiento revolucionario que luchó por la independencia de Euskadi. Ese sector de la sociedad vasca, que en su mayoría aceptó disciplinadamente la conversión de un movimiento popular en un partido con todas sus consecuencias legales y políticas, no ha renunciado al respeto épico que le mereció ETA y así se ha podido comprobar en ongi etorriak, pintadas y actos de exaltación. No es extraño, por tanto, ni un error involuntario, que a la hora de confeccionar las listas de candidatos y para sumar los votos de ese sector aún numeroso en sus filas, EH Bildu se vea en la tesitura de incluir en ellas a personas que han contado con el apoyo en las urnas de esas bases quizá nostálgicas, quizá continuistas, pero que aún suponen una parte importante de la izquierdas abertzale. A tener en cuenta que ya se han expresado disidencias respecto a la renuncia (¿obligada?) de ocupar sus cargos si fueran elegidos.

Esas listas han hecho un severo estropicio a los intereses electorales del PSOE y, en consecuencia, a la continuidad de la alianza de progreso liderada por Pedro Sánchez. Pero EH Bildu y, más en concreto, Sortu, no ha sido capaz de liberarse de ese inevitable peaje que le impone el sector más nostálgico de sus bases.