Pudiera parecer que una vez más la Cumbre entre la Unión Europea y los países de América Latina Caribe ha acabado en un montón de buenas palabras y el ruido del disenso provocado por la invasión rusa de Ucrania. Pero eso sería que los árboles no nos dejan ver el bosque. La realidad es que esta tercera cumbre ha sido muy diferente a las dos anteriores: en Chile en 2013, todo fueron parabienes y optimismo ilusorio en la relación y, en Bruselas en 2015, la UE no estaba para bromas y miraba al Este y al Pacífico como nuevo eje estratégico de las relaciones, frustrando los anhelos de un vínculo más estrecho de los latinoamericanos. En esta ocasión, en Bruselas ha reinado otro clima, mucho más realista y concreto, urgido por las necesidades de la UE, que ha visto las orejas al lobo tras una pandemia y una guerra. América Latina Caribe ahora sí es una prioridad, porque es una oportunidad y se quiere ser socio estratégico elegido por la región del otro lado del Atlántico.

Acuerdos concretos para los intereses europeos

La UE ha obtenido de la cumbre acuerdos concretos que ya se trabajaron en la gira previa de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, a Argentina, Brasil, Chile y México. Se han firmado memorándum con Argentina y Uruguay para la cooperación energética, con Chile para la cooperación en materias primas críticas y con Ecuador y Honduras para el fortalecimiento de relaciones bilaterales. Por su parte, la UE ha puesto encima de la mesa 45.000 millones de euros de inversión de “alta calidad” para la región, que se destinarán a infraestructuras, desarrollo de telecomunicaciones, salud y proyectos de tecnología avanzada. Además, se ha profundizado en la Alianza Digital con un buen número de países latinoamericanos. El punto débil de esta estrategia es la crítica que se viene realizando por parte de sectores de la sociedad de América Latina de que, como viene haciendo China, la UE se deslice por una senda de extractivismo que socave los recursos naturales de la región y la someta a mayores problemas medioambientales a largo plazo.

Liderazgo de Lula en la región

No estando presente, el presidente de México, López Obrador, que no gira visitas fuera de su país, ni su canciller, rebajada su la presencia de la gran potencia del norte a su secretaria de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena, el gran protagonista de la Cumbre por parte latinoamericana ha sido el presidente de Brasil, Lula da Silva. La potencia del Sur ha recuperado pujanza internacional con un líder de prestigio, que pese a los años que no pasan en balde, quiere jugar a la grande en el escenario internacional. El mandatario brasileiro se ha dejado querer y alabar por unos y por otros, sabedor del interés que ahora sí mueve a Europa hacia la región. A su lado ha quedado eclipsado el presidente colombiano Gustavo Petro, que venía dispuesto a triunfar con su plan de deuda por “cambio climático” y su concepto de “paz total”, y que se ha quedado en unos cuantos titulares previos al encuentro. Por su parte, el presidente argentino, Alberto Fernández, de salida de la política, se ha llevado el reconocimiento a su país por haber recuperado las cumbres birregionales y, el presidente chileno, Boric, mucho más curtido ya que en sus primeros años de mandato, ha tenido una actuación relevante, no solo por el acuerdo alcanzado con la UE, sino por su brillante intervención en defensa de Ucrania en medio del encendido debate que provocó el conflicto.

Obras son amores y no buenas razones y eso es lo que ahora tienen que demostrar las dos partes. La cumbre ha servido para recuperar y estrechar la relación a los dos lados del Atlántico. Se ha establecido una hoja de ruta mucho más concreta que en anteriores ocasiones, pero ahora hay que bajar del papel a la puesta en marcha de proyectos para que lleguen a la sociedad civil, a las empresas, a los trabajadores, a las universidades y, en suma, a las mujeres y a los hombres de América Latina Caribe. Y no será tarea fácil porque, además, las dos regiones viven ciclos políticos diversos. En Latinoamérica gobiernan líderes de izquierda que, si bien son menos radicales que en la anterior oleada izquierdista, tienen una agenda de justicia social que les acucia. Mientras que, en Europa, mucho más dividida políticamente, corren tiempos de auge conservador y de la ultraderecha. En todo caso, son muchas más las cosas que nos unen que las que nos separan y ese el pegamento con el que hay que trabajar.