te secarán el alma. Los símbolos son útiles, pero su exacerbación genera gregarismo y reemplaza al ciudadano complejo por una representación simple. Banderas, cruces, marcas, colores, ídolos y lemas son alimento de sociedades inmaduras. Y cuantos más símbolos, más vacío. Esto ocurre en el Estado español, que cree acreditar su integridad a base de muchas rojigualdas e histérico griterío, cuando su selección de fútbol viaja a Catalunya después de 18 años de ausencia y un procés heroico.

Lo hemos visto en TVE: proliferación de estandartes en las gradas, pancartas franquistas ("Viva la unidad de España") y exaltados mensajes ("Barcelona con la selección"), como si los pocos que allí estaban, blandiendo sus mástiles como espadas, representaran a todos los catalanes; pero lo suyo era ofender. ¿Después de esto España es más España? ¡Ay, pero estos signos también los vemos en Euskadi para afirmar la nación vasca! Patria es libertad.

Los invasores rusos de Ucrania han creado un icono de victoria con la inscripción de una gran Z blanca en sus blindados y convoyes de guerra. Sea una señal de ubicación o acaso un logo de poderío frente a un pueblo martirizado, el símbolo, evocador de muerte, adquiere un sentido equivalente a la esvástica nazi de las tropas de Hitler. Sus partidarios lo exhiben con trágico orgullo en ciudades y grafitis. Son imágenes del regreso al pasado bajo el hechizo de Putin.

La comunidad hipersimbólica se divide ahora entre los favorables y los contrarios al bofetón que Will Smith propinó al presentador de la gala de los Oscar por una broma cruel a su esposa. ¡Qué paradoja! En Hollywood, donde lo real es simulacro, el hipócrita sistema de lo políticamente correcto, feminismo incluido, ataca los once segundos más veraces y justicieros del mundo. ¡Bien hecho, Will, legítima defensa! Iconoclastia es libertad.