Esta es la única condición (o mandamiento) que hubiera exigido hace treinta años a las cadenas privadas para otorgarles licencia de emisión: honrar al espectador. Han pasado tres décadas y el panorama es desolador, la putrefacción del medio. ¿Qué puede celebrar orgullosamente Telecinco en su aniversario? Que es un negocio rentable y líder de audiencia, pero como comunicadora es responsable de una catástrofe ética y estética sin precedentes en España. Es innegable que la telebasura llegó -¡y de qué manera tan zafia y cutre!- con los canales privados, gracias al Gobierno socialista de Felipe González. Veinte años después, otro presidente de izquierdas, Zapatero, les donó la publicidad de TVE, 500 millones de euros anuales, provocando su descapitalización y decadencia. No digo que la televisión estatal fuera por entonces la inmaculada concepción, pero mantenía cierta dignidad.

Berlusconi, capo de Telecinco, trajo de Italia la náusea e impulsó lo peor imaginable: Mama chicho, La máquina de la verdad, Mujeres y hombres y viceversa, Cazamariposas, Crónicas marcianas, Aquí hay tomate, Supervivientes y, por supuesto, en la cumbre de la mugre, Sálvame y Gran Hermano, involucrado en una causa penal por presunta agresión sexual a una concursante que el programa no evitó. ¿Se ha evaluado el daño moral y social que la telebasura nos ha causado? Es incalculable.

Y sin embargo, Telecinco es primera en audiencia. ¿Cómo se entiende esta contradicción, mala calidad bien aceptada? Oprobioso es que sea el canal más visto en Euskadi. Por contraste, de Italia también vienen productos mágicos. La RAI ha realizado la nueva temporada de La amiga estupenda, adaptación del segundo libro de la tetralogía de Elena Ferrante Las dos amigas. La distribuye HBO y es una obra de arte descomunal que, esta sí, honra al espectador y la televisión.