A ver si nos entendemos. Contar en la tele un chiste de pésimo gusto e hiriente frivolidad sobre las agresiones sexuales, precisamente el día en que se recordaba la tragedia de la violencia machista, es un error descomunal. No impedir que en el transcurso de un reality se perpetre una agresión sexual contra una mujer es una maldad absoluta. Lo primero es disculpable; lo segundo, imperdonable. Karlos Argiñano cometió una de las equivocaciones de su vida al hacerse el gracioso con las violaciones en El Hormiguero, de Antena 3. Cierto es que reconoció públicamente su estupidez y percibimos su sincera contrición. Deberá ahora revisar la carga de humor satírico, a veces al borde de la incorrección, de su espacio gastronómico. A sus recetas les sobra picante; o, como en este caso, amargura. ¿Y de qué se rieron, si se puede saber, el presentador y Ricardo y Chino Darín?

Lo de Gran Hermano, de Telecinco, es de delito. Hemos sabido ahora, cuando se juzga la presunta violación de Carlota Prado por José María López, ambos concursantes en la edición de 2017, que la acción criminal pudo ser neutralizada y que los protocolos seguidos tras el suceso ocasionaron estragos a la víctima. ¿A quién le puede extrañar que la violación ocurriera en la cadena de Berlusconi, procesado por prostitución de menores, y en el programa que juega con fuego sexista? La empresa matriz de GH, la holandesa Endemol Shine, ha reprendido a la productora española Zeppelin por su conducta. Un simple tirón de orejas, pero sin cancelar el contrato. Al menos, cincuenta marcas les han retirado su publicidad. Eso sí que produce daño y cambios.

Quien tendría que intervenir es la CNMC, organismo público encargado de sancionar los excesos de la tele. Ni está ni se le espera. Me pregunto cuándo se ocupará de detener la telebasura y decretar un 155 ejemplar.