Querido profesor: Ahora que se ha ido al otro lado, donde ya sabía que no hay dios acusador ni ángeles tocando el arpa, todos le honran. Así es España, hipócrita hasta la muerte. A Rubalcaba, recién difunto, casi le santifican sin haber hecho mucho y piden para él una calle en Bilbao, casi nada. Usted merecería una tele eterna, Canal Punset, en el que solo se trate de ciencia y tecnología, cosas buenas. Fue un pionero, el Carl Sagan catalán, pero aquí todo llega con retraso, como el tren de la libertad. No lo hacía mal, la verdad. Adoptaba un aire de sabio venerable, con cabello a lo Einstein, mirada inteligente y un hablar pausado. Sonreía y se hacía querer como los buenos docentes. Conversó para nosotros con los mejores y cuestionó prejuicios y dogmas. Era una delicia verle penetrar en el misterio del cerebro y viajar por la montaña rusa de las emociones siguiendo la estela de Antonio Damasio. No olvidamos sus divagaciones sobre la felicidad humana. Dijo que “la felicidad está escondida en la sala de espera de la felicidad” y que “el amor existió antes que el alma”. Si quiere que le sea sincero, a veces era usted un poco coñazo. No era un gran comunicador y quedaba lejos de la pasión de Rodríguez de la Fuente. Y no nos engañemos, profesor, no le tenían respeto en TVE, al empotrar Redes en el late night de los domingos. También su sucesor, Órbita Laika, se emite de madrugada. Igual que en ETB, no se crea que somos mejores, donde Teknopolis, con veinte años de loable trayectoria, pasa desapercibido los fines de semana a mediodía. La ciencia es artículo de lujo: somos un país de fútbol y cháchara y el conocimiento es pura apariencia para que los dirigentes de la pública se jacten de programación culta. Esa cuenta es falsa. La única certeza, querido amigo, es que la maravilla que yo veo solo tiene un espectador.