YER a eso de las diez de la mañana, camino del kiosco, sonrisas y más sonrisas, puños apretados al viento alentando la complicidad. No faltaron quienes a modo de saludo trasmitían su ferviente deseo de ajustar cuentas con el Real Madrid en la siguiente ronda. Ambiente singular para combatir una jornada muy fría, de cielo gris oscuro. Invernal de verdad. Los efectos del euforizante espectáculo de la víspera seguían estando bien presentes en la calle diez horas después de que las luces de San Mamés se hubiesen apagado. Que un rato más tarde, ya al mediodía, el destino tuviese la ocurrencia de emparejar en el sorteo de Copa al Athletic con el Madrid, seguro que no rebajó ni un ápice el ánimo de los persuadidos de que la vía ideal hacia el título era precisamente la que decidió el bombo. Ante la noticia, sin duda impactante, los menos fogosos deslizaban esperanzadoras reflexiones mientras rememoraban lo que sus ojos contemplaron el día anterior.

¡A por ellos! El espíritu, en lo más alto. Da igual que en mes y medio la tropa dirigida por Carlo Ancelotti le haya pasado a cuchillo al Athletic en tres oportunidades, en tres escenarios distintos. Ahora, el cuchillo lo tiene agarrado por el mango el Athletic. Los jugadores y Marcelino acaban de comprobar hasta qué punto es fundamental para sus intereses -y sus opciones de éxito, claro- llevar la voz cantante o, en su defecto, intentar plasmar esa actitud sobre la hierba.

Orden, equilibrio, resortes tácticos activados a fin de contrarrestar el repertorio ajeno, todo lo que se trabaja a diario en Lezama ejecutado con aplicación, pero puesto al servicio de una ofensiva declarada y constante. Un enfoque sin margen para la deliberación, abiertamente ambicioso, pero armonizado y en consecuencia en absoluto suicida. El imprevisto o el accidente nunca son despreciables contra un rival de fuste, pero con la disposición descrita se minimizan las probabilidades de que aparezcan. Y si así todo sucede, como sucedió, que el Barcelona es capaz de neutralizar dos desventajas, la primera con bastante celeridad y la segunda cuando su suerte parecía echada; entonces, rehacerse y perseverar es más fácil porque el camino está andado, hay una conciencia de que lo último es alejarse del guión.

El gol de Pedri, al filo de conclusión, es el mejor exponente de que el impacto de un gol en contra, incluso en un minuto crítico, de consecuencias inciertas en el plano anímico de cara al tortuoso trámite de la prórroga, es asimilable cuando los futbolistas han interiorizado que hasta entonces han hecho exactamente aquello que necesitan para aspirar al triunfo: ir a buscarlo. Perseguirlo, en realidad.

No siempre es posible desplegar semejante agresividad y combinarla además con una dosis de efectividad tan elevada (no la hubo en los últimos metros; sí en el sentido de someter al contrario y que se jugase a lo que convenía). Lo que pasó contra el Barcelona entra en el apartado de lo excepcional, pues actuaciones tan completas requieren que enfrente haya un adversario de primer nivel o que sea innegociable obtener un marcador sonado. O que se den ambos condicionantes. Y por supuesto que el escenario sea San Mamés. Por ejemplo, como ocurrió en 2009, en aquella semifinal de Copa que se le remontó al Sevilla. O en la goleada (4-0) al Barcelona, previa a la inquietante visita al Camp Nou para dilucidar la Supercopa de 2015. Y también en una nutrida serie de noches continentales almacenadas en la memoria colectiva porque pertenecen a la década anterior.

Hombre, en estos cuartos de final que se anuncian a la vuelta de la esquina, concurren todos y cada uno de los elementos aludidos: el Athletic juega en casa, la identidad del oponente es la ideal y está el premio que otorga la victoria, una plaza en semifinales nada más y nada menos. Y, cómo no, el regusto de la experiencia recién vivida que no remitirá en el paladar de los profesionales hasta que llegue el 3 de febrero. De modo que resulta legítima la expectativa de asistir en breve a otro partidazo, quizá a una nueva hazaña con todas las letras, no en vano el Madrid demuestra estar en posesión de poderosos argumentos, superiores a los de un Barcelona postMessi, inmerso aún en plena fase de reconstrucción.