L Athletic se negó en redondo a aceptar que la propensión al empate de ambos equipos presidiese la primera noche de puertas abiertas en San Mamés. Aunque la igualada se mantuvo durante más de la mitad del encuentro, finalmente el inconformismo local hizo justicia a lo presenciado. Podría decirse que fue un duelo de poder a poder, pero no sería del todo cierto puesto que fue evidente que a la larga prevaleció un factor a considerar en un fútbol tan igualado, cual es el físico. Un aspecto que en las filas rojiblancas se sustancia en intensidad, ritmo y constancia. El juego podrá ser más o menos lúcido, pero si algo no cabe cuestionar a los de Marcelino es la fe en una propuesta que anoche resultó suficiente para amarrar tres puntos y debería haberse traducido en un margen más amplio en el resultado.

La media hora inicial fue de lo mejorcito de la temporada. El modo en que funcionó el Athletic en esa fase arrojó una pista en torno al desenlace, si bien luego el encuentro no tuvo un desarrollo lineal, hubo alternancia en el control de la situación y unas dosis de incertidumbre que no pasaron a mayores. No obstante, en términos generales cabe asegurar que el empuje de los rojiblancos fue determinante. Más allá de la indiscutible sensación de superioridad creada en el tramo donde se adelantó, hay que valorar cómo el Athletic fue marcando la pauta a medida que el cronómetro avanzaba.

Cualquiera hubiese asegurado que no hacía sino rentabilizar la ventaja de estar tres semanas sin competir, tiempo que ha dedicado a pulir su puesta a punto. Llegado el momento de saltar al campo, se vio a un equipo dispuesto a comerse el césped y, sobre todo, con capacidad para proponer un nivel de exigencia excesivo para las posibilidades del rival. Unai Emery arriesgó con un once muy similar al que había empleado en sus citas del domingo y el miércoles y le salió mal. Además de sufrir sobre la marcha dos bajas por lesión, Gerard y Foyth, el Villarreal en conjunto acusó el desgaste provocado por el calendario. De poco le valieron los sólidos argumentos que maneja en sus turnos de posesión, que esta vez ni fueron tantos como le gustaría, ni tuvieron la calidad precisa para dañar la estructura del Athletic.

El buen trato a la pelota no basta si las piernas no responden. Menos aún si de eso, de piernas, el oponente va sobrado. Y el Athletic insistió en morder, siempre orientó sus movimientos para pisar zona de remate con celeridad y además fue sólido cuando le tocó protegerse. Esa actitud, ese afán por no dejarse pisar y orientar la pelea al terreno que le interesaba, fue una realidad que recorrió el partido desde el minuto inicial hasta el último pitido del árbitro.

De hecho, solo a partir del convencimiento exhibido por el equipo se comprende que fuera capaz de sobreponerse al mazazo del empate. El gol del Villarreal habría que catalogarlo como uno de esos sobresaltos que en ocasiones depara el fútbol, que sin mayores explicaciones se salta a la brava la dinámica de lo que está aconteciendo. El tanto de Coquelin rompió una inercia nítida en favor del Athletic. La propia gestación de ese lance desvela su carácter sorpresivo y accidental, puesto que ni el pasador quiso pasar, ni el rematador dirigió su tiro a la red, pero medió el infortunio en el intento de desvío de un defensa que descolocó al portero.

Siguieron unos minutos de incertidumbre, durante un rato no faltaría quien vio peligrar la suerte del Athletic, al que asimismo le costó coger el hilo a la vuelta del descanso. Sin embargo, salió a relucir la fortaleza de espíritu y ante semejante argumento, el Villarreal no halló soluciones eficaces. Espíritu y piernas para finalmente obtener el favor del dichoso VAR. Al árbitro se le había pasado por alto la infracción sobre Vencedor y Muniain devolvió la lógica a lo que estaba ocurriendo. Lástima que Berenguer firmase cinco minutos después una ejecución penosa de un segundo penalti donde no fue precisa la colaboración de la máquina. Este tipo de concesiones se suelen pagar, pero no sucedió anoche. Así pudo el Athletic dar ese paso adelante para la autoestima que implica deshacerse de un enemigo directo.