A noche del lunes resultó muy interesante. Lo fue desde la alineación, por supuesto por el partido en sí y también por las manifestaciones de Gaizka Garitano. Además de despertar el interés, tuvo la noche mucho encanto pues se asistió a una actuación coral inimaginable. El equipo puso todos los sentidos al servicio de una causa que se llama salir a ganar y exhibió sólidos argumentos, principalmente dinamismo y gusto en el uso del balón. El Athletic, como si quisiera dejar claro a todo el mundo que merece crédito y respeto. Más que decir, gritó algo así como ¡aquí estoy, soy yo! Y estuvo, por fin, un Athletic capaz de agregar a sus acreditadas virtudes sin balón, un despliegue ofensivo eficaz que le valió para saciarse con cuatro goles. Pudieron ser ocho, pero tampoco hay que pasarse, para un partido donde acierta a conjugar con nota las dos facetas del juego, la que termina en un área y la que lo hace en la opuesta, el marcador obtenido es más que suficiente.

A todo lo anterior, cabría añadir otro ingrediente, el del misterio, que en realidad constituye la clave de cuanto ocurrió en San Mamés. Misterio que recorrió cada uno de los acontecimientos, la alineación, el juego y las palabras del técnico, y que no se desvaneció cuando a eso de la medianoche las luces se apagaron y el estadio quedó vacío. "Cosa arcana o muy recóndita, que no se puede comprender o explicar", define el diccionario el término misterio.

¿Cuál es la explicación a lo vivido, cómo se entiende lo que vieron nuestros ojos? Dejando a un lado los rodeos, ¿por qué Garitano decide dar un golpe de timón precisamente este lunes y no antes? ¿En qué se basó para cambiar caras y consignas de cara al partido en que la derrota le mandaba para su casa?

En la previa, quien más quien menos esperaba que se mantuviese fiel a su ideario. Que si tenía que morir, lo haría con sus intocables, con la tropa sobre la que invariablemente, en las duras y en las maduras, ha depositado su confianza plena. Sí, son los mismos que casi le conducen a la tumba, pero son los que él ha defendido a capa y espada. Y son también los que le han permitido renovar dos veces, colarse en la final de Copa y llegar hasta aquí. No se olvide.

Hallar la respuesta correcta a estas preguntas se antoja complicado. En todo caso, experimentar no parece la mejor solución en una situación límite, de no retorno, y desde luego supone desviarse mucho del tipo de gestión a que Garitano nos ha acostumbrado. Tratando de desentrañar lo que pasó por su cabeza para inventarse un centro del campo, colocar a Villalibre y renunciar a la clase de fútbol que promueve, con el envío largo a modo de seña de identidad ofensiva, sustituyéndolo por una fórmula donde primó la asociación a ras de césped, podría acaso obedecer al estudio del rival. Pudo pensar el técnico que le haría más daño al Betis jugando como se jugó. Pudo, pero el día del Levante, lo más similar al cuadro andaluz que se ha cruzado en el camino del Athletic este curso, prefirió poner a los de siempre y se ganó bastante bien.

Así que la razón debe ser otra. Por ejemplo, el conocimiento profundo de los futbolistas que casi nunca se cuelan en su pizarra. Qué menos si les entrena a diario. Bueno, la cosa es que el riesgo asumido con el extraño once que diseñó tuvo premio. Victoria rotunda y una imagen remozada, sugestiva y práctica.

Surgen más preguntas: ¿Qué hará en adelante? ¿Cuáles son las conclusiones que ha extraído de los noventa minutos que borraron la mediocridad de tantas tardes (y mediodías)? Tampoco es fácil dar con la respuesta. Sin embargo, el discurso posterior de Garitano no es muy alentador para quien crea que lo del lunes es una referencia que conviene exprimir porque puede favorecer que el Athletic progrese y coja cierto vuelo. Se diría que estaba dolido, algo normal tras verse sometido a una presión extra y ser diana de ataques de toda índole durante semanas, meses, pero a estas alturas querer que prevalezca su habitual discurso estuvo de más. Y es que los hechos, la trayectoria del equipo, no engañan y buena parte de la responsabilidad es suya. Defender que "en la mayoría de los partidos no hemos sido menos que el rival" o soltar que "otros días también hemos estado bien con el balón pero ha faltado acierto" o reiterar que su gran "confianza" en Villalibre no se plasma en titularidades porque ante la escasez de arietes "se guarda una bala en el banquillo", desentona con el espectáculo ofrecido contra el Betis.